Una imperiosa necesidad surgida del proceso de evangelización, fue: educar, predicar y conducir. Los frailes debían aprender las lenguas nativas del país.
Con la llegada de la primera imprenta hacia 1539, buena parte de su producción se dedicó a obras en diversas lenguas nativas: catecismo, gramática, vocabulario y manuales, todos ellos dirigidos a misioneros indígenas.
Una vez en función, este convento que duró más de cien años, se destinó como seminario de lenguas indígenas para la instrucción de religiosos llegados de España.