Conocí a Carmen Iznaga en el lugar donde trabajaba: el Palacio del Valle en Cienfuegos, Cuba. Uno de esos lugares que nos recordaban el pasado esplendor de la isla.

Tocaba el piano en el hall que comunicaba la entrada, la escalera y el restaurante del palacio. Y mientras lo hacía, cantaba con voz ronca. Cuando la ví y me miró, supe que estaba frente a alguien especial.

En la sobremesa, compartimos tragos y confidencias. Nos contó su pasado, sus amores, su vida en Cuba y su presente en Cienfuegos. Y, coqueta, me pidió una barra de carmín.

En ese momento yo no llevaba ninguna encima. Pero el año pasado fue una amiga y le llevo, de mi parte, un surtido de los rojos más llamativos que encontré en la perfumería. Cuando se los dio, ella dijo recordarme. Yo creo que no lo hizo. Pero a mi me basta con recordarla a ella, cantando con voz ronca, arañando cada estrofa de aquel canto...

Se me olvido que te olvidé
se me olvido que te dejé
lejos, muy lejos, de mi vida.

Se me olvido que ya no estás
y que ni ya recordarás
y me volvió a sangrar la herida.

Se me olvido que te olvidé
y como nunca te encontré
entre las sombras a escondida.

Y la verdad no se por qué
se me olvidó que te olvidé
a mí que nada se me olvida.