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Campana de Dolores

Ángeles González Gamio*

El próximo día 15 de septiembre (EN MEXICO), en el Zócalo capitalino, el Presidente de la Republica dará el tradicional grito, que recuerda la arenga que llevó a cabo el cura del pueblo de Dolores, don Miguel Hidalgo Costilla, y que dio inicio al movimiento de Independencia. Tras emitir los tres ¡Viva México! al mismo tiempo que ondea la bandera, el mandatario va a tañer la campana que preside el balcón central de Palacio Nacional, que es la misma con la que el padre Hidalgo llamó a la población.

La historia de cómo llegó la famosa campana a ese sitio tiene su anécdota graciosa: los festejos en conmemoración del grito de Dolores, se celebraron oficialmente en espacios cerrados, hasta 1886, cuando Guillermo Valleto, encargado de las festividades por parte del Ayuntamiento, tuvo la idea de verificar el acto en el balcón principal de Palacio Nacional y así incluir a la población en la conmemoración. El festejo lo encabezó el Presidente Porfirio Díaz y se hizo notar que, para que la ceremonia estuviera completa, se tenía que traer la campana que había tañido el padre Hidalgo en el pueblo de Dolores, y debería de ser parte de la ceremonia del año siguiente. Se procedió a hacer la petición oficial y la respuesta de las autoridades de Dolores fue que la campana ya no existía, pues se había fundido.

Ante ello el proyecto fue abandonado, hasta que seis años más tarde el historiador Pedro González se dedicó a investigar qué había pasado exactamente con el célebre esquilón, y cual fue su sorpresa al descubrir que seguía en su sitio y tan campante. Los dolorenses, para que no los privaran de su campana, habían inventado la historia de la fundición.

Don Alfonso Alcocer, en su libro titulado La Campana de Dolores, relata la historia detallada del carillón, desde que lo forjaron hasta que fue colocado en Palacio Nacional y todas las aventuras que vivió a partir de que se hizo famoso.

Comienza por describir cómo se hacían las campanas en los pueblos en los siglos XVIII y XIX, de manera artesanal en molde de ladrillo, con barro y ceniza. Seguramente este fue el método utilizado para fundir la ahora conocida como Campana de Dolores que, en su parte superior, muestra una faja con la inscripción SAN JOSEPH y en la inferior otra con la fecha 22 DE JULIO DE 1768.

Comenta el erudito Alcocer que según la iglesia católica, al otorgarle el nombre a una campana “la piedad sería más activa, más gozosa, más fiel, suponiendo que nos llama a la iglesia un santo o una santa”. Hace notar el autor que el retablo de madera sin dorar que permanece en la Parroquia de Dolores, está dedicado precisamente al Señor San José. ]

Volviendo al descubrimiento de la campana por el señor González, de inmediato se procedió a convencer a las autoridades y pueblo de Dolores, que permitieran su traslado al Palacio Nacional y que les sería entregada una copia fiel. Conscientes de que no podían negarse a una petición del Presidente Díaz, aceptaron con pocas ganas y se preparó un solemne acto para que San Joseph fuera bajada de una de las torres de la Parroquia. Esta ceremonia fue “pecata minuta”, junto a la que se llevó a cabo en la Ciudad de México, el 14 de septiembre de 1896, para darle la bienvenida.

Previamente se había invitado a los gobernadores de los Estados, a las asociaciones científicas, literarias, filosóficas, agrícolas, mineras, industriales, mutualistas, escuelas superiores y a la prensa, solicitándoles que mandaran representantes y se había convocado a la población a que presenciara la ceremonia.

De la glorieta de Colón partió la numerosa comitiva que acompañó el carro alegórico que llevaba la campana; profusamente adornado, era tirado por seis “hermosos caballos frisones” que habían sido entrenados durante un mes jalando carros de la fundición de Artillería, cargados con balas, para acostumbrase al enorme peso que habrían de trasladar.

Todas las fachadas de las casas a lo largo del trayecto, estaban adornadas con pendones y guirnaldas de flores; la multitud en las calles aclamaba el histórico esquilón, que al día siguiente en la noche hizo sonar Porfirio Díaz, al mismo tiempo que tremolaba la Bandera Nacional.

Entonces, igual que ahora, el festejo se acompañaba de la degustación de pozole, pambazos, tostadas, buñuelos y demás antojitos y golosinas característicos de estas fechas, que se pueden disfrutar en los puestos que se colocan en los alrededores de las plazas públicas o en restaurantes de tradición como el Café de Tacuba, que tiene casi un siglo de ofrecer la auténtica comida mexicana, en su colorida sede de la calle de Tacuba 28, en el Centro Histórico.

*Publicado en el Periódico La Jornada


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